Las imágenes, ¡al centro de la escena!

El efecto de superioridad de las imágenes o PSE, por sus siglas en inglés (Picture Superiority Effect), es una corriente de investigación iniciada en la década del 70’ que destaca la superioridad de las imágenes en la fijación en la memoria por sobre otras formas sensoriales de consumo de información. Se refiere a la idea de que los conceptos que se aprenden mediante la visualización de imágenes producen una mejor recordación que aquellos que se aprenden mediante palabras. A pesar de que este efecto ha sido demostrado en numerosos experimentos utilizando diferentes métodos, las explicaciones científicas de esta superioridad aún se desconocen y debaten.

El primer fundamento científico explicativo del PSE proviene de la teoría de la codificación dual elaborada por Allan Paivio (1971, 1986, 1991). En ella se indica que los estímulos producidos por la imagen en el cerebro poseen una ventaja por sobre las palabras, porque están codificados dualmente a través de un código verbal y uno imaginario, mientras que los textos escritos generan estímulos que sólo producen un código verbal. Adicionalmente, las imágenes son susceptibles de generar una etiqueta verbal, mientras que las palabras no son susceptibles de generar etiquetas de imagen. Esta diferente forma de fijación de las imágenes en la memoria permite que la información así codificada se mantenga activa durante una mayor cantidad de tiempo, y sea más fácilmente recapturada y puesta a disposición de la creación de nuevos significados interpretativos.

La explicación de Paivio fue refinada por otros autores, que sostienen que la complejidad intrínseca propia de cada imagen en cuanto a textura, forma, color, volumen y otros detalles permite al córtex, que es la parte más evolucionada del cerebro, identificada como el cerebro pensante, fijar registros altamente específicos y sofisticados, aumentando su permanencia en la memoria. Esta distinción y superioridad perceptual de la imagen, también es acompañada en muchos casos por superioridad en la fijación de conceptos a partir de la generación de metaformas de conocimiento.

La superioridad de las imágenes también se produce en comparación con la captura sonora de información, o sea, la comunicación oral. Investigaciones indican que la exposición visual en forma ininterrumpida de unas dos mil imágenes durante un plazo de diez segundos cada una, aún persiste en la memoria en más del 90% a los tres días, y en un 63% al término de un año. En comparación, con las presentaciones orales ocurre lo contrario, pues a los tres días solo se recuerda el 10% de lo escuchado, valor que puede aumentar al 65% cuando se agrega una imagen a la presentación oral. Estas conclusiones refuerzan la idea de que las imágenes son las súper campeonas del recuerdo, y que el consumo multi sensorial de información genera mejores registros memorísticos.

Los estudios anteriores cobran especial relevancia a partir del trabajo de Bieger y Glock (1984/85), quienes establecen nueve categorías posibles de contenido informacional que el cerebro es capaz de distinguir a partir de una imagen: i) inventarial, ii) descriptivo, iii) operacional, iv) espacial, v) contextual, vi) covariante (aquel que especifica una relación entre dos o más partes de información que varían juntas), vii) temporal, viii) cualificadora, y ix) enfático. Esto permite afirmar que la imagen posee un elevadísimo poder como transmisor de información de diferente naturaleza y condición, fortaleciendo la participación de la memoria no en el aprendizaje memorístico y repetitivo, sino en la construcción de significados de superior complejidad y originalidad.

A pesar de estas investigaciones, la participación de las imágenes dentro de las instituciones educativas siempre ha sido marginal, subordinada a la forma dominante de transmisión, que es el texto escrito. Considerada como un recurso de inferior jerarquía, la imagen ha visto limitada su participación a un rol entre poco significativo y meramente decorativo. Es más “lindo” un libro o manual con dibujos o fotos, que uno sin, sin importar si esa particular combinación de sistemas simbólicos favorece algún tipo de aprendizaje en particular. Este menosprecio por el verdadero valor de la imagen dentro de la escuela, finalmente institucionalizado culturalmente y convertido en dogma, ha desarrollado un analfabetismo interpretativo tal, que hasta impide que las personas expuestas a ellas siquiera reconozcan su presencia o potencial.

Estudiar y atender de modo explícito los efectos provocados por el uso cotidiano de imágenes y asumir la necesidad de alfabetizar en aquellos sistemas simbólicos con mayor presencia y potencial de desarrollo constituyen un reto para la comunidad educativa. Y si en ese trayecto emerge evidencia científica que permite sostener que el mayor potencial de desarrollo se encuentra en sistemas simbólicos diferentes del dominante, pues habrá que migrar.

Las fotografías, incluidas dentro de la categoría genérica de imágenes mencionada antes, reciben una especial consideración debido a su presencia dominante en los ecosistemas de actividad social, lúdica, informacional y comunicacional generados a partir de la revolución de internet y de las tecnologías de la información y las comunicaciones. Las fotografías generadas diariamente a partir de siete mil millones de teléfonos móviles, dos mil millones de teléfonos inteligentes, además de tabletas y otros dispositivos digitales, circuladas a través de internet por dos mil quinientos millones de internautas, dan a este momento histórico del hombre un carácter particularmente foto-céntrico. Privar al sistema educativo de un uso más intensivo de los recursos fotográficos digitales en el proceso de aprendizaje, no solo significa despreciar los avances científicos y evidencias teóricas que así lo sugieren, sino también significa apartar al sistema educativo de un rol protagónico en la modelación de las capacidades comprensivas y valorativas de los aprendices.

Reafirmar esta premisa de ninguna manera significa habilitar la apertura de una compuerta con el fin de facilitar el ingreso de un torrente indiscriminado e infinito de imágenes fotográficas. Por el contrario, significa revisar el rol que ocupan las imágenes dentro del sistema de enseñanza-aprendizaje, con el fin de encontrar la combinación pedagógica-didáctica que mejores procesos neurocognitivos genere. La idea de la imagen como mero acompañante estético de textos escritos, como recurso de segundo orden, deberá evolucionar hacia una presencia más central y protagónica.

Disponer de recursos fotográficos digitales educativos de calidad implica no solo la existencia de fotografías que satisfagan criterios técnicos (foco, encuadre, perspectiva, cantidad de pixeles por unidad de superficie, por mencionar algunas), sino que además reúnan elementos potencialmente útiles y relevantes para la educación. Las imágenes generadas por el trabajo de fotógrafos y exploradores de National Geographic reúnen estos requisitos, desde el momento que corresponden a miradas expertas de profesionales, científicos y académicos que hacen de la captura de imágenes un arte supremo, funcional a la premisa de esta organización de inspirar a las personas a cuidar el planeta.

Las imágenes de las publicaciones de National Geographic no son un mero acompañamiento de los textos, sino un elemento central y especialmente cuidado de su cultura, misión y práctica, favorecedoras de la sensibilización. La pretensión de inspirar a las personas encuentra parte de su corolario en la “elaboración” de imágenes cargadas de significado, tanto por lo que muestran como por lo que esconden o sugieren. El manejo de las proporciones y los volúmenes, la combinación de colores y formas, o la particular disposición de actores o dinámicas biológicas, invitan a la reflexión, animan la curiosidad, generan apegos o rechazos, y modelan conductas y sentimientos.

Disponer de un reservorio de imágenes digitales de tamaña potencialidad para utilizar en el diseño de entornos enriquecidos de aprendizaje (EEA) que faciliten la emergencia de metaformas de conocimiento y fortalezcan la implicación de los estudiantes con su propio aprendizaje, ubica a National Geographic Learning en una posición ventajosa.

Por Juan Maria Segura

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